Cómo mi pequeñita llegó al mundo

La bebé estaba sola en el mundo al que acababa de llegar, era madrugada y el silencio del hospital era entristecedor. Mi bebé ya no oía el corazón de mamá, no la olía ni sentía su calor. Mamá había sido ingresada hacía unos días a causa de una fuerte gripe y una infección respiratoria, y al nacer, los médicos tuvieron miedo de que la bebé pudiera ser contagiada, por lo que se la llevaron rápidamente a la sala de neonatos, sin que su mamá pudiera ni tan siquiera darle un beso. Papá fue con ella hasta donde le dejaron entrar pero después, tuvo que marcharse hasta las 9 de la mañana, hora de la primera visita del día y donde podría tomarla en brazos y decirle todo lo bonita que era y lo valiente que estaba siendo.

Acababa de llegar al mundo y ya tenía que luchar, luchar contra el desamparo y el miedo de sentirse sola sin su mamá sin comprender qué estaba ocurriendo. La bañaron, le dieron un biberón, le pusieron un chupete y la metieron en una cunita con un foco de calor y una pinzita en uno de los deditos gordos de su pie.

Carla era una bebé sana, no era uno de esos prematuros que compartían sala con ella, que luchaban por su vida, con sus cuerpecitos inmaduros y frágiles, intentando ganar cada día unos gramitos hasta que llegara el momento de poder irse a casa con sus papás. Carla había pesado 3,520 grs, había tenido un 10 sobre 10 en las pruebas de apgar y había llorado con mucha fuerza, ella no debería estar en neonatos...

Mamá mientras tanto se había quedado vacía, en la sala de reanimación, el trabajo del parto me había dejado exhausta, mi capacidad pulmonar que ya estaba afectada a causa de la enfermedad había quedado bajo mínimos, no era capaz de toser porque no podía tomar aire, por lo que tenía que hacer un esfuerzo mental enorme por mantenerme calmada sin llorar, porque sabía que no podría tomar el aire que mi cuerpo necesitaría y se complicarían las cosas. Haberla tenida a mi lado lo hubiera cambiado todo…

En los siguientes días acontecieron un cúmulo de sentimientos encadenados; tristeza, culpa, soledad, impotencia…  pero cuando se toca fondo no hay más remedio que subir. 24 horas después de llegar al mundo, Carla se marchaba a casa con papá, donde le esperaba su hermanita, la abuela y los titos. Los médicos decidían que mamá se quedaba en el hospital unos días más para terminar de recuperarse.

Y entonces decidí tomar al toro por los cuernos, me puse mano a mano con el sacaleches, mi único compañero de habitación, y viendo las fotos de mi bebé que papá me había mandado al móvil, iba estimulando mis pechos para el momento del encuentro con mi pequeña y con nuestra lactancia.

En los momentos difíciles es cuando te das cuenta quién son tus verdaderos amigos, aquellos que lloran contigo, que te apoyan, que te abrazan y que te arrancan una sonrisa en medio de las lágrimas. Y entonces hacen por ti lo que nunca pudiste imaginar.

Mi querida A., que vino al hospital y lloró conmigo, estuvo a mi lado, se llevaba el sacaleches para lavarlo en casa y luego traérmelo otra vez, me trajo una zafita, trapos limpios y pastillas para esterilizar para que yo pudiera hacerlo cómodamente en la habitación, y siempre estaba pendiente de lo que yo necesitaba.

Y mi querida D., que cuando se enteró de que mi Carlita ya estaba en casa me llamó para ver cómo estaba yo.  Ella y yo que siempre hemos compartido nuestras vivencias diarias con nuestros peques,  que tenemos las mismas ideas en cuanto a criar a nuestros hijos con amor, brazos y teta…. Ahora me desahogaba con ella contándole cómo estaba desevolviéndome con el sacaleches y el temor que yo tenía a que se acostumbrara al biberón. Entonces D. me hacía una propuesta que a mí nunca se hubiera pasado por la cabeza. Y en medio de las lágrimas contenidas, con su voz temblorosa, pronunció unas palabras que le salieron directamente de lo más profundo de su corazón…” Ali, si tú quieres, yo puedo amamantar a Carla hasta que vuelvas a casa…”

Y durante tres días, mi hija tuvo el calor de unos brazos, de una piel, de un alimento que no era el de su madre, pero que quien se lo daba lo hacía con la misma dulzura y la miraba con unos ojos repletos de ternura y de cariño.

Y estas son las grandes cosas que nunca se olvidan, D, fue diariamente varias veces al día a mi casa, hasta que a mí me dieron el alta, para amamantar a Carla. Y Carla agarró mi pecho a la perfección, y la lactancia fue tan sencilla, tan fácil…. Fue fácil quitar los biberones en pocos días, y mi peque mayor también me ayudó mucho porque practicamos el tándem. Vega también fue un factor clave para que todo fuera  como la seda, tan pequeñita pero tan lista, tan paciente, tan linda...

A día de hoy estoy super orgullosa, de mis hijas, de su padre, de contar con dos grandes amigas. He aprendido que hay ciertas palabras que solo se pueden escribir con mayúsculas, y la Amistad, la Valentía y Coraje son tres de ellas. El AMOR mueve el mundo, y el mundo está en nuestro interior…

Muchas gracias a todas por vuestras palabras     Respecto a lo de los escrúpulos, la verdad que ni se me había pasado por la cabeza jejeje, pero es cierto que haya madres que puedan verlo así, también es comprensible.

En mi caso, me dio muchísima tranquilidad saber que mi hija se había enganchado fantásticamente bien al pecho de mi amiga, y también saber que  toma que hiciera de teta, no la haría de leche de fórmula. Durante esos días mi peque estuvo tomando la leche mía que yo me sacaba en el hospital, pero era insuficiente, con lo cual también tomaba leche artificial y la leche de mi amiga.

A mi marido también le pareció muy buena idea, y mi madre desde aquello le tiene a D. un cariño mucho más especial que antes.

Aunque yo sabía que a la peque no le faltaba cariño, pues estaban la abu, el papi, la tita... yo me sentía muy mal de pensar lo solita que estuvo en la sala de neonatos, y que le faltaba lo más importante, su madre, y no solo a ella, sino también a mi otra peque, que con dos añitos y medio estaba pasando por una separación de su madre y la llegada de sopetón de la hermanita a casa.

Así que para mí, que mi bebé, a pesar de que yo no estuviera, pudiera disfrutar del calor de un regazo maternal, de un pecho tibio, suave, amoroso... fue una gran fuente de tranquilidad.