Mi niño si me come...

a tanto no ha llegado mi peque, pero cuando era pequeño (y aún alguna vez lo hace cuando me despisto) le encantaban las toallitas húmedas de Dodot, así que si le limpiaba la cara después de la merienda -bueno, más bien, de que esquivara una y otra vez su puré de frutas-, se relamía y hasta se chupaba las manos. Yo alucinaba, pero la nieta de una amiga de mi madre también lo hacía cuando era pequeña, así que como ves, Tomás no es el único.

Por lo demás, sí que cuando empezó a investigar, hizo amago de intentar probar sus cremas. Yo lo que hice fue decirle "¡Caca! ¡Puaff!" con mucho énfasis y poniendo cara de asco. Claro, las primeras veces se me quedaba mirando como diciendo "¿A ésta qué le pasa?", y después volvía con sus intentos; entonces le retiraba la crema o lo que estuviera intentando probar, a la vez que insistía diciendo "¡Qué asco!" Captó la idea rápidamente.

Yo no le dajaba comerlas porque sí pienso que hay cierto riesgo pues, obviamente, no son para comer. Por lo demás, no te preocupes, a mí me parece algo normal, están en plena fase de investigación.

Para tu tranquilidad, mi hermana menor, cuando era niña, devoraba hasta las aspirinas (también hay que decir que en aquélla época existía aspirina infantil con sabor a fresa) y nunca tenía suficiente con lo que se le daba de comer. De hecho, cenábamos intentando hacer el menor de los ruidos posibles, porque si oía cualquier ruido en seguida se despertaba, se levantaba y venía a preguntar "¿Qué coméis? Yo también quiero." Le daba exactamente igual que fuera carne, pescado, verduras, dulce, amargo... Todo le gustaba y nunca parecía saciarse. De hecho, en aquél entonces teníamos de vecina a una señora ya mayor cuyos hijos ya eran adultos y a mi hermana -y a la señora- le gustaba ir a jugar a su casa un ratito por la tarde. Meses más tarde descubrimos también que ir a su casa tenía un plus añadido: en cuanto la vecina cerraba la puerta, le preguntaba "¿Qué tienes para comer? Tengo hambre". La pobre mujer pensaba que no le dabamos nada para merendar, así que ella también le ponía la merienda. Cuando mi madre lo descubrió, trató de hacerle entender que ella ya tomaba su merienda en casa, pero al final hubo que recurrir a la ayuda de una de sus hijas mayores porque la señora, a la vista de la voracidad de mi hermana, no terminaba de creérselo del todo. Pensaréis que tras dos meriendas, se le quitarían las ganas de cenar... ¡Qué va! Ella cenaba, pedía incluso más por si se le daba, y en muchas ocasiones se levantaba de la cama un rato más tarde a pedir más comida. También fue una niña grandota, así como Tomás.

Un abrazo.

Ximena,

qué penita. Ojalá Tomás mejore pronto. Al menos, si ya acepta pecho, poco a poco las cosas volverán pronto a su cauce.

Un abrazo.