25 de noviembre - NO a la violencia obstétrica
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25 de noviembre - NO a la violencia obstétrica
Hola chicas, comparto un comunicado que armé para el 25 de Noviembre, gracias al caso que les conté, de la chica que luchó por su PVDC, hoy habrá una movilización en contra de la violencia obstétrica, y por el derecho a elegir cómo, dónde y con quién parir. Un abrazo, Romina
Cuerpos expropiados. Algunas reflexiones sobre la violencia obstétrica.
Históricamente, los discursos en torno al rol maternal de las mujeres han sido el modo legítimo de apropiarse de los cuerpos de las mujeres como madres potenciales. Controlar su moralidad, sus prácticas, limitar su participación en la vida pública, en la producción y en la política. Si como madres potenciales las mujeres fueron expropiadas de su autonomía individual, en los procesos fisiológicos asociados a la maternidad biológica –embarazo, parto y lactancia- esta expropiación ha tomado una particular crudeza. El embarazo legitima la intervención del conjunto de la sociedad en los cuerpos de las mujeres, en supuesto nombre de ese niño que es SU responsabilidad, pero que no le pertenece. Si el niño es propiedad de la sociedad, el cuerpo de su portadora, también.
Todas las formas de intervención de la ciencia médica en estos procesos han sido legitimadas en estos términos. Así, la ciencia obstétrica hace las veces de portavoz del sujeto en gestación. Lo rescata de este modo, del arbitrio y los caprichos de la portadora que le ha tocado en suerte. Con diferentes grados de crudeza, la intervención médica siempre nos recuerda este carácter secundario y desdibujado que nos toca a las mujeres gestantes: “vos sos el envase”, comentó socarronamente un obstetra a una paciente embarazada. Ser envase. Tener como única función proteger el contenido. Vaciarse por lo tanto de sentido, cuando el contenido alcanza cierta autonomía. Y aquí, otra vez la intervención que decide cuándo es el momento propicio para vaciar el envase.
La práctica generalizada de las cesáreas programadas, en particular cuando se trata de embarazos antecedidos por esta cirugía, ha sido recientemente cuestionada por una mujer que hizo carne la consigna del feminismo: “lo personal es político”. Enfrentada a la salud pública e interpelada por la justicia, Luz logró dar a luz desobedeciendo el mandato de “obediencia debida” que las parturientas tienen con las prácticas médicas. Hubo también, un médico encargado de recordar que la voz de los médicos en particular no representa un discurso unívoco e irrevocable. Que asistir sin intervenir, no sólo es posible sino también deseable.
El caso de Luz deja la sensación agridulce de extraordinario precedente en la lucha de los derechos de las mujeres, a la vez que recuerda la violencia que tanto la salud pública como la privada ejercen a diario en relación con la maternidad. La invisibilidad del derecho a elegir cómo, dónde y con quién parir es tal que la ley que ampara ese derecho en Argentina, no fue referida en la intervención de la jueza que falló en el caso. No hemos encontrado hasta el momento, jurisprudencia que refiera a ella tampoco. La obediencia trasciende así el momento crítico del parto, en que la vulnerabilidad nos dispone a “portarnos bien” y aceptar mandatos.
Esa obediencia es, sin embargo, pobremente retribuida. Aunque la mayor parte de las mujeres en el mundo occidental son obligadas a parir en posturas incómodas y que favorecen procesos más largos y dolorosos, las manifestaciones de dolor serán penalizadas y las mujeres burladas. Una horda de desconocidos conversará sobre trivialidades mientras la expropiación sucede. Los recién nacidos serán alejados de sus madres, abandonadas en fríos pasillos de quirófanos, recordándoles así, una vez más, que sólo eran un envase. Luego serán obligadas a lucir y a actuar como si nada hubiera sucedido. Callado el maltrato, trivializado o negado, alentarán a sus congéneres a obedecer también.
Por ello este 25 de noviembre nuestro reconocimiento a Luz se debe a su capacidad de no callar, de hacer de su cuerpo su militancia, nuestra militancia. La invitación a no callar, debe ser multiplicada por cientos, por miles. Hablar de los maltratos sufridos sin culpa, entenderlos y compartirlos para que otras mujeres no atraviesen el mismo dolor, es el primer paso para luchar contra la violencia obstétrica. Que, como todas las formas de violencia contra las mujeres, tiene como herramienta privilegiada para su legitimidad, la propia negación de su existencia.
Romina Cutuli
Cuerpos expropiados. Algunas reflexiones sobre la violencia obstétrica.
Históricamente, los discursos en torno al rol maternal de las mujeres han sido el modo legítimo de apropiarse de los cuerpos de las mujeres como madres potenciales. Controlar su moralidad, sus prácticas, limitar su participación en la vida pública, en la producción y en la política. Si como madres potenciales las mujeres fueron expropiadas de su autonomía individual, en los procesos fisiológicos asociados a la maternidad biológica –embarazo, parto y lactancia- esta expropiación ha tomado una particular crudeza. El embarazo legitima la intervención del conjunto de la sociedad en los cuerpos de las mujeres, en supuesto nombre de ese niño que es SU responsabilidad, pero que no le pertenece. Si el niño es propiedad de la sociedad, el cuerpo de su portadora, también.
Todas las formas de intervención de la ciencia médica en estos procesos han sido legitimadas en estos términos. Así, la ciencia obstétrica hace las veces de portavoz del sujeto en gestación. Lo rescata de este modo, del arbitrio y los caprichos de la portadora que le ha tocado en suerte. Con diferentes grados de crudeza, la intervención médica siempre nos recuerda este carácter secundario y desdibujado que nos toca a las mujeres gestantes: “vos sos el envase”, comentó socarronamente un obstetra a una paciente embarazada. Ser envase. Tener como única función proteger el contenido. Vaciarse por lo tanto de sentido, cuando el contenido alcanza cierta autonomía. Y aquí, otra vez la intervención que decide cuándo es el momento propicio para vaciar el envase.
La práctica generalizada de las cesáreas programadas, en particular cuando se trata de embarazos antecedidos por esta cirugía, ha sido recientemente cuestionada por una mujer que hizo carne la consigna del feminismo: “lo personal es político”. Enfrentada a la salud pública e interpelada por la justicia, Luz logró dar a luz desobedeciendo el mandato de “obediencia debida” que las parturientas tienen con las prácticas médicas. Hubo también, un médico encargado de recordar que la voz de los médicos en particular no representa un discurso unívoco e irrevocable. Que asistir sin intervenir, no sólo es posible sino también deseable.
El caso de Luz deja la sensación agridulce de extraordinario precedente en la lucha de los derechos de las mujeres, a la vez que recuerda la violencia que tanto la salud pública como la privada ejercen a diario en relación con la maternidad. La invisibilidad del derecho a elegir cómo, dónde y con quién parir es tal que la ley que ampara ese derecho en Argentina, no fue referida en la intervención de la jueza que falló en el caso. No hemos encontrado hasta el momento, jurisprudencia que refiera a ella tampoco. La obediencia trasciende así el momento crítico del parto, en que la vulnerabilidad nos dispone a “portarnos bien” y aceptar mandatos.
Esa obediencia es, sin embargo, pobremente retribuida. Aunque la mayor parte de las mujeres en el mundo occidental son obligadas a parir en posturas incómodas y que favorecen procesos más largos y dolorosos, las manifestaciones de dolor serán penalizadas y las mujeres burladas. Una horda de desconocidos conversará sobre trivialidades mientras la expropiación sucede. Los recién nacidos serán alejados de sus madres, abandonadas en fríos pasillos de quirófanos, recordándoles así, una vez más, que sólo eran un envase. Luego serán obligadas a lucir y a actuar como si nada hubiera sucedido. Callado el maltrato, trivializado o negado, alentarán a sus congéneres a obedecer también.
Por ello este 25 de noviembre nuestro reconocimiento a Luz se debe a su capacidad de no callar, de hacer de su cuerpo su militancia, nuestra militancia. La invitación a no callar, debe ser multiplicada por cientos, por miles. Hablar de los maltratos sufridos sin culpa, entenderlos y compartirlos para que otras mujeres no atraviesen el mismo dolor, es el primer paso para luchar contra la violencia obstétrica. Que, como todas las formas de violencia contra las mujeres, tiene como herramienta privilegiada para su legitimidad, la propia negación de su existencia.
Romina Cutuli
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